Antón Pavlovich Chejov : Historia de mi vida capítulo XV

La edificación de la escuela terminó. Yo y Macha nos encaminamos a Kurilovka par


Capítulo XV

La edificación de la escuela terminó. Yo y Macha nos encaminamos a Kurilovka para asistir a la inauguración.

-Ha llegado el otoño -decía Macha tristemente, mirando el paisaje-. El verano ha pasado. Ya no hay pájaros... Casi todos los árboles están sin hoja...

Sí, el verano había pasado. Los días eran aún claros, soleados; pero por la mañana hacía frío; los pastores se ponían ya ropa de abrigo para ir a los prados con los rebaños. Sobre las flores de nuestro jardín temblaba todo el día el rocío. Se oían los ruidos del otoño: el viento, agitando los postigos y el ramaje de la arboleda, los cantos de los pájaros prestos a emigrar.

Me encanta el otoño: en esa época del año siento un deseo más intenso de vivir.

-El verano ha pasado -continuó Macha-. Ahora podemos echar la cuenta de lo que hemos hecho y de lo que hemos dejado de hacer. Hemos trabajado mucho, hemos pensado mucho, nos hemos hecho mejores que éramos. Personalmente, es decir, en lo que concierne a nuestra educación personal, hemos adelantado bastante. Pero ese progreso ¿ha ejercido una influencia más o menos grande sobre la vida que nos rodea? ¿Le ha sido útil a alguien? No. En torno nuestro todo sigue en el mismo estado: la embriaguez, la suciedad, la ignorancia, la mortalidad de la infancia no han disminuido entre los campesinos. ¡No se ha operado el menor cambio! Tú has trabajado rudamente en el campo como un simple bracero; yo he gastado un dineral, en la esperanza de mejorar un poco la vida campesina, y los resultados han sido nulos. La conclusión es bien triste: no hemos trabajado sino para nosotros mismos, para nuestro consuelo.

Las palabras de Macha producían en mi corazón un efecto penoso y me desconcertaban.

-Nuestras aspiraciones y nuestros actos siempre han sido sinceros -le contesté-. No tenemos nada que reprocharnos, creo que hemos obrado bien.

-Sí. Hemos sido sinceros; pero el camino que hemos elegido no es el que conduce al fin que perseguimos. Los procedimientos no han sido acertados. Hemos comenzado a trabajar por esa gente como propietarios, poseyendo mucha tierra, una gran casa, un hermoso jardín; en suma, todo lo que ella no posee. Eso provoca la desconfianza entre los campesinos. Nos consideran privilegiados, señores, descendientes de hombres que oprimían a los campesinos brutalmente y se enriquecían a su costa. Por otra parte, en vez de elevar el nivel de su vida, tú desciendes hasta ellos, vives como ellos, apruebas, en cierta manera, sus costumbres, la poca limpieza de sus casas, la estupidez y la incomodidad de sus vestidos.

-Claro, si la intentona sólo dura unos cuantos meses, no pasa de ser un juego, una especie de «sport» filantrópico -objeté.

-Aunque trabajes con ellos y como ellos mucho tiempo, toda tu vida, será igual... Sin duda obtendrás algunos resultados prácticos; pero... serán casi nulos en comparación con el mal que reina en la aldea, con la ignorancia, el hambre, el frío, la degeneración. Será una gota de agua en el mar. Contra ese mal son necesarios otros medios de lucha, medios violentos, enérgicos, heroicos, rápidos. Si quieres realmente hacer algo útil debes ensanchar de un modo considerable tu círculo de acción, obrar sobre la masa campesina de fuera. Por de pronto, es precisa una propaganda enérgica, ruidosa, como la de la música, que obra al mismo tiempo sobre miles y miles de seres humanos...

Durante unos instantes guardó silencio y miró, soñadoramente, al cielo.

-Sí, el arte... -continuó-. Lo único es el arte. Sólo él dota al hombre de alas, le levanta sobre la tierra y le lleva muy lejos. Quien está cansado de ver en torno suyo la suciedad cotidiana y las preocupaciones mezquinas, quien se siente ofendido, indignado por la prosa de la vida, puede hallar el reposo y la satisfacción en el arte, en lo bello...

Llegábamos ya a Kurilovka.

El tiempo era hermoso y alegre. Por todas partes se veían campesinos aventando el trigo. Tras los setos de los jardines gualdeaban las hojas aún no desprendidas de los árboles. Las campanas de la iglesia sonaban solemnes en la áurea paz de la mañana.

Grupos de campesinos se dirigían llevando iconos, a la iglesia, en cuyo interior sonaba un dulce rumor de cantos religiosos. En la clara limpidez del aire volaban palomas.

Se nos esperaba. La escuela no tardó en llenarse de gente. Se celebró una misa en el salón de estudio. Los campesinos de Kurilovka le regalaron a Macha un icono, y los de Dubechnia, un gran pastel y un salero dorado. Macha, conmovida, se echó a llorar.

-¡Si hemos pronunciado alguna vez una mala palabra, perdonadnos! -le dijo un anciano, saludándonos a los dos muy humildemente.

Cuando regresábamos a casa, Macha volvía a cada instante la cabeza para ver la escuela. El tejado verde, que había pintado yo mismo, brillaba al sol y se divisaba a gran distancia.

Las miradas que Macha dirigía a la escuela no tardé en percatarme de que eran miradas de adiós.

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