Antón Pavlovich Chejov : Historia de mi vida capítulo XIV

Mi hermana vivía su vida y me la ocultaba cuidadosamente. Solía hablar con Macha


Capítulo XIV

Mi hermana vivía su vida y me la ocultaba cuidadosamente. Solía hablar con Macha en voz baja para que no la oyese yo. Cuando me acercaba a ella experimentaba una visible turbación y se diría que se esforzaba en cerrar su corazón ante mí. Me miraba con ojos suplicantes y al mismo tiempo culpables. No me cabía duda de que pasaba por una grave crisis y le daba el decírmelo vergüenza o miedo. Evitaba quedarse sola conmigo, y siempre estaba al lado de Macha, de modo que yo no tenía casi nunca ocasión de hablarle.

Una noche, al volver de Kurilovka, donde había pasado la tarde vigilando la edificación de la escuela, pasé por el jardín. Aunque lo envolvían ya las tinieblas, vi a mi hermana no lejos de un viejo manzano, paseándose sin ruido como un espectro; vestía de negro, andaba y desandaba nerviosamente un corto trecho, con los ojos bajos, y parecía sumida en una honda preocupación. Como cayese una manzana del árbol cercano, se estremeció al oír el ruido, se detuvo y se oprimió con ambas manos la cabeza, con un ademán doloroso.

Me acerqué a ella.

Una gran ternura había invadido de repente mi corazón. No sé por qué me acordé en aquel momento de nuestra pobre madre, de nuestra niñez, y se me arrasaron los ojos en lágrimas.

Abracé a mi hermana, la besé y la estreché contra mi pecho.

-¿Qué te pasa? -le pregunté-. Veo que sufres. Hace mucho tiempo que lo veo. Dime lo que te pasa.

-¡Tengo miedo! -contestó, temblando de pies a cabeza.

-¿Pero de qué? ¿Qué ocurre? ¡Te ruego que no me ocultes nada!

-Bueno, te lo diré todo, toda la verdad. Hace mucho tiempo que deseaba hablarte. ¡Sufría tanto callando!...

Enmudeció un instante, como para hacer un acopio de fuerzas, y continuó, en voz queda.:

-Misail... Yo amo... Sí, amo; pero ¿por qué el terror invade mi alma?

En aquel momento se oyó ruido de pasos. Entre los árboles apareció el doctor Blagovo. Llevaba una blusa de seda y botas altas. Sin duda, allí, junto al manzano, se habían dado una cita.

Al ver al doctor, mi hermana se abalanzó a él, como un niño perdido que encuentra a su madre por fin y teme que vuelva a desaparecer.

-¡Vladimiro, Vladimiro!

Se abrazó a él y le miró a los ojos ávidamente. Observé que la pobre había enflaquecido y se había puesto más pálida en aquellos últimos días. El cuello de encaje que llevaba siempre parecía demasiado grande para ella.

El doctor estaba un poco turbado, pero no tardó en recobrar su tranquilidad.

-¡Vamos, querida, cálmate! -le dijo a Cleopatra, acariciándole los cabellos-. ¿Por qué estás tan nerviosa? ¡Ya me tienes aquí!

Hubo un silencio. Yo evitaba mirar a Blagovo.

Momentos después nos encaminamos a casa. El doctor empezó a teorizar.

-La vida civilizada no ha empezado aún entre nosotros -decía, dirigiéndose a mí-. Los viejos aseguran que, en otro tiempo, hace cuarenta o cincuenta años, la vida era mucho más interesante, mucho más espiritual. Quizá sea verdad; pero a nosotros los jóvenes ni siquiera nos cabe el consuelo de recordar el pasado. No podemos hacernos ilusiones. Rusia, según nos aseguran los libros de historia, comenzó a existir en 862; mas la Rusia civilizada, en mi sentir, todavía no existe.

Yo casi no prestaba atención a lo que decía. Sólo pensaba en el secreto que acababa de descubrir. ¡Me parecía tan extraño que mi hermana Cleopatra estuviera enamorada, que abrazase a aquel hombre que algún tiempo antes le era indiferente, y le mirase a los ojos llena de ternura!... ¡Mi hermana, un ser tímido, indolente, sin voluntad y sin valor, amaba a un hombre casado y con hijos!

Mi corazón se llenó de tristeza. Presentía que aquel amor no haría feliz a mi hermana.

capítulo I

capítulo II

Capítulo III

Capítulo IV

capítulo V

capítulo VI

capítulo VII

capítulo VIII

capítulo IX

capítulo X

Capítulo XI

capítulo XII

capítulo XIII

Capítulo XIV

capítulo XV

capítulo XVI

capítulo XVII

capítulo XVIII

capítulo XIX

capítulo XX