Antón Chéjov: El pabellón número 6, capítulo XVII

Iván Dimítrich estaba tendido en su cama con la cara hundida en la almohada


Capítulo XVII

Ya oscurecía. Iván Dimítrich estaba tendido en su cama con la cara hundida en la almohada. El paralítico, sentado e inmóvil, lloriqueaba moviendo los labios. El mujik gordo y el antiguo empleado de correos dormían. Reinaba el silencio.

Andrei Efímich se puso a esperar, sentado en la cama de Iván Dimítrich. Pero transcurrió media hora, y en lugar de Jobotov entró Nikita llevando una bata, ropa interior y unos zapatos.

-Ya puede vestirse su señoría -dijo sin alzar la voz-. Esta es su cama -agregó indicando una cama vacía que, probablemente, llevaba poco tiempo allí-. No se apure. Con ayuda de Dios se pondrá bueno.

Andrei Efímich lo comprendió todo. Sin despegar los labios se dirigió a la cama que le indicara Nikita y se sentó en ella. Viendo que el loquero esperaba, se desnudó por completo y sintió vergüenza. Después se puso la ropa del hospital: los calzoncillos eran cortos; el camisón, largo; y la bata apestaba a pescado ahumado.

-Si Dios quiere, sanará usted -repitió Nikita. Y dicho esto, recogió la ropa de Andrei Efímich y salió, cerrando la puerta.

«Da lo mismo... -pensó Andrei Efímich arrebujándose, cohibido, en el batín y notando que, con su nueva indumentaria, tenía el aspecto de un presidiario-. Da lo mismo... Igual es un frac que un uniforme o que esta bata.»

Pero ¿y el reloj?, ¿y el cuaderno de notas que llevaba en el bolsillo de la chaqueta?, ¿y los cigarrillos?, ¿y a dónde se había llevado Nikita la ropa? De fijo que hasta la muerte no se pondría más un pantalón, un chaleco ni unas botas. Todo ello se le antojaba extraño y hasta incomprensible. Andrei Efímich seguía convencido de que entre la casa de Bielova y el pabellón número seis no existía diferencia alguna; y de que, en el mundo, todo era tontería vanidad de vanidades; pero las manos le temblaban, sentía frío en las piernas y se horrorizaba al pensar que Iván Dimitrich se levantaría pronto y le vería vestido con aquel batín. Poniéndose en pie, dio un paseo por el pabellón y tornó a sentarse.

Así permaneció media hora, una hora, terriblemente aburrido. ¿Sería posible vivir allí un día entero, una semana e incluso años, como aquellos seres? él había estado sentado; luego se había levantado, dando una vuelta y sentándose de nuevo; aún podía ir a mirar por la ventana y pasearse una vez más de rincón a rincón; pero ¿y después?, ¿iba a estarse eternamente allí, como una estatua y cavilando? No, imposible.

Andrei Efímich se acostó; pero se levantó al instante, enjugóse el sudor frío de la frente con la manga; y notó que toda la cara había comenzado a olerle a pescado ahumado. Confuso, dio otro paseo.

-Aquí hay una confusión -dijo abriendo los brazos con perplejidad-. Hay que aclarar las cosas. Esto es una equivocación...

En este momento despertó Iván Dimítrich. Sentóse y apoyó la cara en los dos puños. Escupió después, miro perezosamente al doctor; y, por lo visto, no se percató de pronto de lo que veía; pero luego su rostro soñoliento se tomó burlón y malévolo.

-¡Ah, de manera que también a usted le han metido aquí, palomo! -exclamó con voz ronca de sueño, entornando un ojo-. Pues me alegro mucho. Antes le chupaba usted la sangre a los demás, y ahora se han cambiado las tornas. ¡Estupendo!

-Es una confusión -respondió Andrei Efímich asustado de las palabras de Iván Dimítrich-. Alguna confusión... -repitió, encogiendo los hombros, como extrañado.

Iván Dimítrich escupió de nuevo y se acostó.

-¡Maldita vida! -refunfuñó-. Y lo más amargo y enojoso es que esta vida no terminará con una recompensa por los sufrimientos soportados, ni con una apoteosis, como las óperas, sino con la muerte. Vendrán unos mujiks y, agarrando el cadáver de los brazos y las piernas, se lo llevarán al sótano. ¡Brrr! Bueno, qué le vamos a hacer... En el otro mundo será la nuestra... Desde allí vendré en forma de espectro para asustar a estos bichos... Haré que les salgan canas.

En esto regresó Moiseika y, al ver al doctor, le tendió la mano:

-Dame una kopeka.

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