Antón Chéjov: El pabellón número 6, capítulo IV

el vecino de la izquierda de Iván Dimítrich es el judío Moiseika; y el de la der


Capítulo IV

Según dijimos, el vecino de la izquierda de Iván Dimítrich es el judío Moiseika; y el de la derecha es un mujik adiposo, casi redondo, de cara grosera y estúpida; un animal inmóvil, tragón y sucio, que ha perdido hace tiempo hasta la facultad de pensar y sentir. Exhala siempre un hedor ácido y asfixiante.

Nikita, encargado de la limpieza, le pega horriblemente, volteando el brazo y sin piedad para sus propios puños. Y lo terrible no es que le pegue, pues uno puede acostumbrarse a verlo, sino que el insensible animal no conteste siquiera con un sonido, con un ademán, con una expresión de los ojos; se limita a un ligero movimiento de su cuerpo, semejante a un barril.

El quinto y último habitante del pabellón número seis es un meschanín que prestó servicio en correos como seleccionador de cartas; un sujeto rubio y enjuto, de rostro bondadoso aunque un tanto maligno. A juzgar por sus ojos inteligentes y tranquilos, de mirada serena y jovial, le gusta darse tono y tiene un secreto muy importante y agradable. Guarda bajo la almohada y el colchón algo que no enseña a nadie; pero no lo hace por miedo a que se lo roben, sino por decoro. A veces se acerca a la ventana, y de espaldas a sus compañeros, se pone algo en el pecho y lo mira agachando la cabeza. Si uno se llega en ese momento hasta él, se azora y se arranca del pecho el objeto en cuestión. Pero no es nada difícil adivinar su secreto.

-Felicíteme -suele dirigirse a Iván Dimítrich-. He sido propuesto para la Orden de San Estanislao de segunda clase, con estrella. La segunda clase con estrella se otorga solamente a extranjeros; pero conmigo quieren hacer esta excepción -sonríe y se encoge de hombros como con perplejidad-. Le confieso que no lo esperaba...

-No entiendo una palabra de esas cosas -replica, sombrío, Iván Dimítrich.

-Pero, ¿sabe usted lo que conseguiré tarde o temprano? -continúa el exempleado de correos entornando picarescamente los ojos-. Obtendré, sin falta, la Estrella Polar sueca. Una condecoración que vale la pena de gestionarla. Cruz blanca y cinta negra. Resulta muy bonita.

Acaso en ningún sitio será la vida tan monótona como en el pabellón. Por la mañana, los enfermos, a excepción del paralítico y del mujik gordo, salen al zaguán, se lavan en una tina y se secan con los faldones de las batas. Después toman en jarros de lata el té que les trae Nikita del pabellón principal. A cada uno le corresponde un jarro. Al medio día comen sopa de col agria y gachas. Y por la noche cenan gachas de las que les quedaron al medio día. Entre comida y comida están tendidos, durmiendo, mirando por la ventana o andando de un rincón a otro. Así todos los días. Para que la monotonía sea mayor, el antiguo empleado de correos habla siempre de las mismas condecoraciones.

Los habitantes del pabellón número seis ven a muy poca gente. El doctor no admite ya más alienados; y hay en este mundo muy pocos aficionados a visitar manicomios. Una vez cada dos meses viene Semión Lazarich, el barbero. No hablaremos de cómo pela a los locos, de cómo le ayuda Nikita en su labor y de cómo se alborotan los pacientes al ver aparecer al barbero, borracho y sonriente.

Nadie más visita el pabellón. Los locos están condenados a ver tan sólo a Nikita.

Sin embargo, últimamente ha corrido por el pabellón principal un rumor harto extraño.

¡Han puesto en circulación el rumor de que el médico ha comenzado a visitar el pabellón número seis!

Caítulo I

Capítulo II

Capítulo III

Capítulo IV

Capítulo V

Capítulo VI

Capítulo VII

Capítulo VIII

Capítulo IX

Capítulo X

Capítulo XI

Capítulo XII

Capítulo XIII

Capítulo XIV

Capítulo XV

Capítulo XVI

Capítulo XVII

Capítulo XVIII

Capítulo XIX